martes, 27 de marzo de 2012
Resumen de la visita de Benedicto XVI a México
Etiquetas:
Santo Padre
Ubicación: Lima - Perù
Lima, Perú
domingo, 11 de marzo de 2012
Santos
Fray Vicente Valverde
A Fray Vicente Valverde lamentablemente
sólo se le recuerda por el requerimiento que hiciera al Inca Atahualpa
en la circunstancia de su captura. A partir de este único hecho se
pretende interpretar su persona, vida y obra. Más aún, hay quienes lo
han propuesto como símbolo de la acción de la Iglesia a lo largo de toda
la historia de la Conquista y del Virreinato, es decir como la
institución que favoreció la opresión y la injusticia contra los
indígenas, lo cual resulta falso y no conforme con la verdad histórica.
Es la “leyenda negra” sobre el dominio español en América, difundida
particularmente por razones políticas por autores ingleses y franceses
para desacreditar a España y la obra evangelizadora. Valverde
desarrollaría una acción que resulta ejemplar, comenzando por el hecho
de haber tenido el valor de acompañar la expedición conquistadora hacia
tierras desconocidas, sin saber lo que iba a encontrar.
Después de entrar con Francisco Pizarro al
Cusco el 23 de marzo de 1534, regresó luego a España a exponer las
necesidades que exigía la obra de la evangelización en América. Fue
nombrado primer Obispo del Cusco. Valverde se convirtió en “Protector de
los indios”, redactando varios informes en los que denunciaba los
maltratos de que eran víctimas los naturales, especialmente en los
momentos de las guerras civiles entre pizarristas y almagristas que
trajeron desolación y desorden a la ciudad del Cusco.
Con ocasión de la sublevación de Manco
Inca, que ocasionó que el maltrato a los indios aumentara, Valverde
llega a escribir que es difícil tarea, “la de defender a esta gente de
la boca de tantos lobos como hay contra ellos”. Después de diez años de
intensos trabajos apostólicos, fue muerto en circunstancias misteriosas
en la isla de Puna (cerca de Guayaquil), el 31 de octubre de 1541,
cuando se dirigía al encuentro del gobernador Vaca de Castro con el fin
de buscar una solución a la disputa y falta de solidaridad y unión que
había entre los españoles que vivían en su diócesis. Fue un hombre de
particular valor y fortaleza, así lo reflejan las palabras que le
escribiera en una ocasión al Rey de España: “Y Vuestra Majestad puede
creer que después que entré en esta tierra yo he tenido tantos trabajos y
tanta contradicción en servir a Dios y Su Majestad, que si no fuera
porque Vuestra Majestad me tuviera por pusilánime y por hombre que no
era para poner el pecho a estas cosas y otras mayores, ya me hubiera
vuelto a Vuestra Majestad”.
San Francisco Solano, Apóstol del Perú y de la Argentina (1549 – 1610)
Sin lugar a dudas gran apóstol de América
del Sur y especialmente del Perú. Sus restos están enterrados
precisamente en la ciudad de Lima.
Su ejemplo nos hace presente el de tantos
misioneros no sólo franciscanos sino de otras órdenes religiosas, que
entregaron su vida por entero a la evangelización del Nuevo Mundo.
Verdadero Apóstol de América, tanto por la extensión de su labor
misional como por las huellas que dejó a su paso, San Francisco Solano,
no sólo recorrió gran parte del Perú de entonces, sino otros cinco
países de América del Sur. Nació el 10 de marzo de 1549 en Montilla
(Córdoba). Sus padres eran gente de buena posición. A los veinte años de
edad decide vestir el hábito franciscano atraído por la pobreza y la
vida tan sacrificada de estos religiosos.
Hace su profesión religiosa el 25 de abril
de 1570 y es ordenado sacerdote en 1576. Tiene gran afición por la
música, la que cultivó toda su vida. Por ello es nombrado en el convento
sevillano de Nuestra Señora de Loreto, vicario de coro, es decir,
encargado de dirigir el rezo y los cantos del oficio divino. Era amante
de la austeridad y la pobreza. Hay que mencionar que el primer anhelo
del santo al abrazar la vida religiosa era la de ser mártir. Solicitó
sin éxito ser destinado a Berbería (nombre genérico con que se designa
el conjunto de países del noroeste de África: Trípoli, Túnez, Argelia y
Marruecos, todos ellos poblados por bereberes), para morir en el
intento de evangelizar a los africanos. En vista a la negativa de sus
superiores, se fija otra meta: venir a América. De regreso en Montilla
(su ciudad natal) a raíz de la muerte de su padre y para visitar a su
madre enferma y casi ciega, realizó varias curaciones inexplicables que
dieron comienzo a su fama como milagrero. En América por la cantidad de
prodigios y milagros que realizaría se le llegó a llamar “el Taumaturgo
del nuevo mundo”.
Ante el pedido que el rey Felipe II hiciera
a los franciscanos para que enviaran más misioneros a Sudamérica para
extender la fe cristiana en estas tierras, Francisco fue elegido para
esta misión, para gran alegría suya.
Llega a Lima en 1590 y por veinte años
recorrió el continente americano predicando el Evangelio especialmente a
los indios. Su viaje más largo fue el que tuvo que hacer a pie con
grandes peligros y sufrimientos, desde Lima hasta Tucumán (Argentina) y
hasta las pampas y el Chaco Paraguayo. Más de 3,000 kilómetros y sin
ninguna comodidad. Tan sólo con la confianza puesta en Dios y movido por
el deseo de salvar almas. Se enfrenta a las tribus guerreras de
aquellas zonas con solo el crucifijo en la mano y después de predicarles
la buena nueva logra que todos le empiecen a escuchar primero y a pedir
el bautismo después. El Padre Solano tenía una hermosa voz y sabía
tocar muy bien el violín y la guitarra. Así alegraba a sus oyentes con
su música y sus canciones.
Misionó por más de 11 años por el Chaco
Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de
Argentina, siempre a pie, convirtiendo a innumerables indios y colonos
españoles. Dicen sus biógrafos que emulando a su padre fundador San
Francisco de Asís, tuvo una relación especial con los animales llegando
incluso a enfrentar y calmar a serpientes y toros bravos.
Posteriormente sus superiores lo nombran
Guardián del Convento de la Recolección que acababa de fundarse en Lima
(conocido por nosotros como el convento de los Descalzos), cargo que
aceptó por obediencia ya que se consideraba incapaz para ejercer el
gobierno. Daba consejos sabios y prudentes y cuando tenía que reprender a
alguno de sus frailes lo hacía con gran caridad. Sus penitencias y su
gran espíritu de oración no le impedían ser alegre. Solano fue conocido
como el santo de la alegría. En 1601 fue elegido Secretario y
acompañante del superior provincial. Pero su frágil estado de salud hizo
que en menos de un año dejara el cargo y fuera destinado a la ciudad de
Trujillo, ciudad fundada por Francisco Pizarro apenas 50 años antes de
la llegada de Fray Francisco Solano al Perú.
Allí se dedica a visitar enfermos, a
predicar en el hospital de la ciudad, a visitar a los presos, a preparar
a bien morir a los moribundos, etc. En 1604 volvió a Lima al convento
de los Descalzos, donde viviría hasta su muerte. A pesar de estar
delicado de salud, continúa con sus penitencias y pasaba noches enteras
en oración. Visitaba de continuo a los enfermos y salía a las calles con
su cruz en la mano a predicar. Predicaba en todo lugar: en los
talleres, las calles, los monasterios, las plazas, incluso en los
corrales de teatro. Ese año, 1604, pronuncia un célebre sermón en las
calles de Lima que conmueve a la ciudad e impulsa a muchos al
arrepentimiento y la conversión. En octubre de 1609 un gran terremoto
sacude la ciudad de Lima. Poco después se producen hasta 14 nuevos
temblores. Las iglesias se llenaron de gentes. Solano salió a predicar y
a consolar a las personas.
En 1610 su salud estaba muy venida a menos
debido a su vida de penitencia, sus trabajos y privaciones. Por ello
Fray Solano pasó a vivir a la enfermería del convento. Postrado y
gravemente enfermo del estómago, apenas podía salir a visitar a los
enfermos y a predicar, aunque procuraba siempre estar con los demás
frailes en el refectorio. Muere el 14 de julio de ese año. Su cuerpo era
poco más que un esqueleto humano. Se había consumido totalmente por
Cristo y los hermanos, haciendo vida la enseñanza de San Pablo: “Con
gusto me gastaré y me desgastaré para que Cristo sea más amado y
conocido”.
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Su entierro fue apoteósico, asistiendo toda la ciudad, desde
el virrey y el arzobispo, hasta los más humildes. Todos con la misma
idea: haber asistido al entierro de un santo.
Fue beatificado por el Papa Clemente X en
1675 y canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1726. En su tiempo
vivieron en Lima todos nuestros santos: Santo Toribio de Mogrovejo,
Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y San Juan Macías.
Santo Toribio de Mogrovejo, II Arzobispo de Lima y Patrono del Episcopado Latinoamericano (1538 – 1606).
Sin lugar a dudas, Toribio Alfonso de
Mogrovejo, cuyo IV centenario de ingreso a la gloria celestial
celebráramos jubilosos el año pasado, es el más grande evangelizador y
misionero que ha tenido el Perú y América.
A manera de introducción y para comprender
la magnitud de su vida y obra, escuchemos la breve pero contundente
descripción que del Santo nos da de manera autorizada el Doctor José
Agustín de la Puente Candamo:
“La mejor organización de la vida de la
Iglesia, el conocimiento de la realidad del Perú, la permanente
preocupación por la evangelización del hombre andino, la enseñanza de su
vida ejemplar, son algunos de los planos que nos permiten descubrir el
vínculo profundo entre Toribio de Mogrovejo y el Perú. Es el gran
educador del hombre de la sociedad peruana...uno de los grandes
forjadores de la nacionalidad...uno de los artífices de la nueva
sociedad (peruana)...La obra de gobierno de Toribio de Mogrovejo, la
afirmación y defensa de sus derechos y obligaciones, su apostolado con
los indios y la defensa del hombre nativo como persona humana que es,
todo esto es posible, como el esfuerzo singular de las «visitas», por la
calidad humana y la santidad de vida del Arzobispo de Lima. Toda su
obra muestra y es fruto de su vida y de su virtud. Austero, alegre,
sobrio, caritativo, penitente, cumplidor, minucioso del deber, generoso,
ganaba el corazón de los hombres y comunicaba el amor a Dios”.
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Toribio nació en Mayorga, España en 1538.
Estudió Derecho en las Universidades de Coimbra y Salamanca. El Rey
Felipe II lo nombró juez principal de la Inquisición en Granada. Al
quedar vacante la Sede Arzobispal de Lima, el Rey decidió enviarlo como
Arzobispo a la ciudad de los reyes. El Papa Gregorio XIII lo nombró
Arzobispo de Lima como sucesor del Arzobispo Fray Jerónimo de Loayza.
Después de recibir las sagradas órdenes, ya que al momento de su
elección Toribio era laico, el Santo Arzobispo de Lima parte para el
Perú y desembarca en el puerto de Paita al atardecer del 11 de marzo de
1581. Desde ahí comenzó a dar los primeros pasos que lo llevarían en 25
años de episcopado a recorrer un total aproximado de 40,000 kilómetros,
llevando la luz y el calor del Evangelio por todo el Perú.
La empresa misionera de Santo Toribio, iba a
desarrollarse en una Arquidiócesis de enorme extensión, unos mil por
trescientos kilómetros. Abarcaba, en efecto, desde Chiclayo y Trujillo
al norte, hasta Ica al sur, más las regiones andinas, desde Cajamarca y
Chachapoyas hasta Huancayo y Huancavelica, y aún más al oriente por
Moyobamba. A las ciudades ya nombradas se añadían Huaylas, Cinco Villas,
Cañete, Carrión, Chancay, Santa, Saña -donde vino a morir-, más otros
pueblos y unas 200 reducciones y doctrinas de indios.
Pero además era Lima una Arquidiócesis de
suma importancia en lo eclesiástico, pues tenía como diócesis
sufragáneas la vecina de Cusco, las de Panamá y Nicaragua, Popayán
(Colombia), La Plata o Charcas (Bolivia y Uruguay), Santiago y La
Imperial, después trasladada a Concepción (Chile), Río de la Plata o
Asunción (Paraguay) y Tucumán (Argentina). Es decir, casi toda
Sudamérica y parte de Centroamérica quedaba presidida por este hombre de
Dios.
La Arquidiócesis de Lima, era
fundamentalmente un territorio misionero. Y muy consciente de ello,
Santo Toribio, a diferencia de otros obispos que se quedaban en su sede y
dejaban a los religiosos y doctrineros (catequistas) la acción
propiamente misional, se dedicó principalmente al apostolado entre los
indios, limitando casi sus estancias en Lima a los tiempos en que se
celebraron sus tres Concilios o los Sínodos diocesanos.
Santo Toribio recorrió toda su extensa
Arquidiócesis. A las visitas pastorales dedicó 14 de sus 25 años de
episcopado. La primera visita le tomó 7 años (1584-1590); la segunda 5
años (1593-1597), y la tercera 2 años (1605-1606). Será en ésta última
donde el Señor le llamará a su Reino para darle el premio que tiene
reservado a sus mejores servidores. Resulta asombroso lo que Santo
Toribio pasó recorriendo aquellas inmensas distancias en sus visitas
pastorales, sorteando peligros, fatigas, hambre, frío, y muchas otras
situaciones de alto riesgo. Como los itinerarios de sus viajes quedaron
registrados al detalle en el libro de sus visitas pastorales, puede
calcularse con bastante exactitud que recorrió unos 40.000 kilómetros.
Este hombre, de buena salud, pero de constitución física no demasiado
fuerte, que hasta los 43 años lleva una vida sedentaria y que a esa edad
inicia 25 años de vida pastoral intensa, la mayor parte de ella de
camino, viviendo en chozas o a la intemperie, alimentándose muchas veces
con sólo pan y agua o con lo que los indios le comparten desde su
pobreza, soportando la inclemencia del tiempo, es una demostración
patente de que el hombre lleno del amor de Dios y con el corazón
inflamado de celo por la misión evangelizadora es capaz de todo, “y es
que para Dios no hay nada imposible”.
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“No es nuestro el tiempo”, “la vida es breve y conviene velar
cada uno sobre lo que tiene a su cargo solía repetir, demostrándolo con
el ejemplo de una vida de total entrega al anuncio del Evangelio, no
conociendo lo que era el descanso y mucho menos las vacaciones.
Apóstol de la Confirmación, administró este
sacramento a cerca de 800,000 personas e hizo más de 500,000 de
bautismos. Entre aquellos a quienes confirmó estuvieron nada menos que
Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres.
Él mismo escribe al papa Clemente VIII
acerca de sus visitas pastorales: “Después que vine de España a este
Arzobispado de los Reyes, por el año de ochenta y uno, he visitado por
mi persona y estando legítimamente impedido por mis Visitadores, muchas y
diversas veces el Distrito, conociendo y apacentando mis ovejas,
corrigiendo y remediando lo que ha parecido convenir, y predicando los
domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua, y
confirmando mucho número de gente…y andando y caminando más de cinco mil
y doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos, y
ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo de todo”
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.
Sin embargo, Toribio no descuida para nada
su vida espiritual, consciente de que el apostolado no es otra cosa sino
sobreabundancia de amor y que la oración es el secreto de la fecundidad
de un apóstol y misionero. Impresiona leer a los biógrafos del Santo
Arzobispo de Lima cuando describen su horario cotidiano de vida
espiritual: “Se levantaba a las seis de la mañana, sin que a vestirle y
calzarle asistiesen mozos o ministros de cámara porque su honestidad no
se sujetó jamás a estilos de palacio, ni circunstancias de grandeza.
Decía sus devociones primero, y después en su humilde aposento, rezaba
las Horas canónicas. Satisfecha esta obligación, bajaba por camino
reservado de la casa arzobispal a la Catedral, donde celebraba la Misa,
con tanta devoción y ternura, como pide aquel divino misterio. Acabado
el santo sacrificio discurría por todo el templo y sacristía, haciendo
de rodillas oración en cada uno de sus altares (…) Hechas estas piadosas
visitas se volvía alegre a su palacio, sin permitir que ningún ministro
de la Iglesia le acompañase, y entrando en su oratorio, puesto de
rodillas, empleaba dos horas en oración mental (…) En anocheciendo, se
recogía a su oratorio, donde hasta las ocho, se suspendía en
contemplaciones celestiales de la divina bondad. Después salía fuera, y
junto con sus capellanes rezaba con atenta y devota pausa y reverencia, a
coros, los Maitines. En acabando el oficio se iba a cenar, y abreviando
su cena con una ligera colación de pan y agua, volvía a su cuarto, en
el cual, decía el oficio parvo de Nuestra Señora, el de los Difuntos y
otras devociones particulares”.
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Para la evangelización de los indios
impulsó el conocimiento de las lenguas nativas por parte de los
misioneros. El mismo Santo Toribio, estudió el quechua y a poco de
llegar al Perú, lo usaba para predicar a los indios y tratar con ellos.
Siendo tantas las lenguas y dialectos existentes, solía llevar
intérpretes para hacerse entender en sus innumerables visitas. Con todo,
en su proceso de beatificación se dio testimonio que en algunos casos
tuvo el don de lenguas en forma milagrosa.
Al arribar al Perú, descubre que la acción
evangelizadora de la Iglesia atravesaba un momento de seria crisis. La
disposiciones de su predecesor el Arzobispo Jerónimo Loayza y de los dos
Concilios de Lima no eran tomadas en cuenta. Asimismo la catequesis y
la doctrina necesitaban adecuarse mejor a una pastoral indígena más
sólida. Por ello y con la ayuda del Padre José de Acosta, organiza el
III Concilio Limense (1582-1583) obra maestra de legislación eclesial de
Santo Toribio, aunque realiza en total trece sínodos arquidiocesanos y
tres concilios provinciales. El III Concilio Limense, establece las
bases de la evangelización de América Latina.
“Fue la asamblea eclesiástica más
importante que vio el Nuevo Mundo hasta el siglo de la Independencia
latinoamericana, y uno de los esfuerzos de mayor aliento realizados por
la jerarquía de la Iglesia y la Corona española para enderezar por
cauces de humanidad y justicia los destinos de los pueblos de América,
como exigencia intrínseca de su evangelización”.
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El III Concilio Limense, fue la aplicación del gran Concilio de
Trento (1545-1563) a la realidad de América Latina. El Concilio dividió
su cuerpo canónico en cinco partes o acciones.
Entre sus disposiciones y frutos más notables están los siguientes:
1. La defensa y el cuidado de los indios,
para protegerlos de cualquier abuso o explotación y promoverlos
humanamente. Este cuidado incluía además una labor de educación social:
“que los indios sean instruidos en vivir políticamente”, es decir
“dejadas las costumbres bárbaras y salvajes, se hagan a vivir con orden y
costumbres políticas”. Para ello el III Concilio Limense planteó el
establecimiento de las doctrinas-parroquias. En cuanto a los sacerdotes
que tenían el cuidado de los indios se les recuerda que “son pastores y
no carniceros, y que como hijos los han de sustentar y abrigar en el
seno de la caridad cristiana”.
2. La obligación del uso de la lengua indígena en la catequesis y la predicación.
3. El Catecismo trilingüe
(en castellano, quechua y aymara), conocido como el Catecismo de Santo
Toribio, con el cual se logró unificar el adoctrinamiento de los indios
en casi toda América Latina. El Concilio ordena a todos los sacerdotes
“so pena de excomunión, que tengan y usen este catecismo, dejados todos
los demás”. Sin lugar a dudas el Catecismo es el fruto más valioso de
este Concilio.
4. Las Visitas Pastorales.
Estas son urgidas con gran firmeza como deber canónico, con el fin de
que Pastor conozca a sus ovejas y éste sea conocido por ellas (ver Jn
10, 14).
5. La Dignificación del Clero, su adecuada formación doctrinal y pastoral para una conveniente evangelización y vida de santidad sacerdotal.
6. La Liturgia, que ha de
celebrarse con gran esplendor y ceremonia, pues “esta nación de indios
se atraen y provocan sobremanera al conocimiento y veneración del Sumo
Dios con las ceremonias exteriores y aparato del culto divino”. Por
tanto ha de ponerse gran cuidado y procurar que haya “escuela y capilla
de cantores y juntamente música de flautas y chirimías y otros
instrumentos acomodados en las iglesias”.
7. Los Seminarios. El
Concilio impulsa la creación de Seminarios siguiendo las disposiciones
de Trento, cuidando la elección y la formación de los candidatos al
sacerdocio. Teniendo presente esta disposición, Santo Toribio funda el
Seminario de Lima, que hoy lleva su nombre, uno de los primeros de
América en aplicar el modelo de Trento.
8. El Número de Sacerdotes.
El II Concilio Limense había denunciado el hecho que muchas veces un
sacerdote tiene a su cargo a innumerables indios y establece que debe
haber un sacerdote por cada 1,300 almas de confesión. En una de sus
cartas al Rey, Santo Toribio le informa “como negocio de mucha
consideración y digno de ser llorado con lágrimas de sangre”, el caso de
una parroquia de 5,000 almas de confesión, con cuatro anexos que está a
cargo de un solo sacerdote. De esta manera el III Concilio Limense
acuerda poner un sacerdote por cada mil o cada setecientas almas de
confesión. Para lograr esta meta, el Santo Arzobispo promueve el clero
indígena y criollo, es decir el clero nativo. Para ello se debe
prescindir de toda discriminación racial, no excluir de las Órdenes a
grupo alguno de los naturales, sino admitirlos a todos por igual en
principio: criollos, mestizos e indios.
Mucho más podríamos hablar de Santo
Toribio, que por todo lo dicho y mucho más fue declarado con justicia,
patrono del Episcopado Latinoamericano por S.S. Juan Pablo II, el 10 de
mayo de 1983. Quien sabe nos falte tan sólo agregar el gran amor de
hijos que los indios le tenían y por ello no saben llamarle más que
“Padre santo” y cuando después de bendecirlos se despedía de ellos para
ir a otro pueblo, los indios lloraban como si se les ausentase su
verdadero padre. Y es que realmente lo era: “porque maestros en la fe
cristiana podréis tenerlos a millares, pero padres, no; he sido yo quien
os he engendrado para la fe”.
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De otro lado era un hombre de una gran caridad. De su propio
peculio financió escuelas, hospitales, templos y nuevas doctrinas. Todo
lo regalaba y vivía en gran austeridad y pobreza.
A los 68 años Santo Toribio cayó enfermo en
Pacasmayo (norte de Lima). Murió en Zaña el 23 de marzo de 1606. Y
luego de recibir la Unción de los enfermos, en Jueves Santo, día de su
muerte, pide al prior agustino que tañese el arpa y rezó: “A ti, Señor,
me acojo…En tus manos encomiendo mi espíritu”. El “protector de los
indígenas”, fue un infatigable misionero y organizador de la Iglesia en
nuestras tierras. Santo Toribio fue beatificado por el Papa Inocencio IX
en 1679 y canonizado por Benedicto XIII en 1726.
Que Santo Toribio de Mogrovejo sea nuestro
modelo en nuestro trabajo evangelizador y misionero según la propia
vocación y misión, y nuestro intercesor ante Dios para que podamos estar
siempre a la altura de lo que Dios espera de nosotros y de lo que la
Iglesia necesita.
La Nueva Evangelización
Ahora bien, lamentablemente lo que Puebla
llamó Evangelización Constituyente, por el papel clave que, como hemos
visto, tuvo ésta en la constitución de la base de la identidad cultural
de América Latina, ha venido debilitándose con el tiempo hasta hoy, sea
porque no se ha profundizado ni alentado su impulso, sea por agresiones
de fuera, principalmente de las ideologías que han surgido de la
ilustración (principalmente el liberalismo, el positivismo, y el
marxismo) y que han generado el fenómeno que conocemos como
“secularismo”, que es el intento de edificar el mundo de lo humano
excluyendo a Dios y a lo trascendente, o relegándolo a un lugar
secundario a nivel de las creencias personales, diríamos opcionales y
sin ninguna pretensión de orientación social y cultural. Es decir a la
“sacristía de la vida”.
La pérdida del sentido de lo real, y por lo
tanto de la verdad; la crisis de la racionalidad; el relativismo
imperante; la dimisión de lo humano que se expresa en la violencia, en
el irrespeto a la vida desde su concepción hasta su fin natural (aborto y
eutanasia), las injusticias, la pobreza y la explotación de personas,
la degradación del ser humano que desconoce su identidad según la
naturaleza (homosexualidad), el hedonismo y permisivismos extendidos
reflejados en el alcoholismo, la droga y la pornografía; la pérdida de
la identidad católica, tanto a nivel personal como comunitario; la falta
de vocaciones suficientes a la vida sacerdotal y consagrada; la crisis
de la familia y los problemas en los matrimonios; la pretendida
redefinición del matrimonio entre personas del mismo sexo; el
surgimiento de las sectas y de teologías erradas, etc., son algunas
constataciones que nos ayudan a tomar conciencia de la urgencia de
emprender todos juntos, según nuestra propia vocación y misión, la gesta
de la Nueva Evangelización en continuidad con la Evangelización
Constituyente, ya que se hace necesario hoy como ayer llevar al Señor
Jesús a un mundo en crisis y en constante cambio.
Fue precisamente el recordado y amado Papa
Juan Pablo II el que desarrolló el rico tema de la “Nueva
Evangelización”, para describir la misión de la Iglesia en América
Latina en el tercer milenio: “La conmemoración del medio milenio de
evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro
como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de
re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su
ardor, en sus métodos, en su expresión”.
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Ante este panorama y los retos de la Nueva
Evangelización no debemos caer en desánimo ni desaliento. Debemos
recordar las palabras del Maestro: “En el mundo tendréis tribulación.
Pero, ¡ánimo! Yo he vencido al mundo”.
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Y las palabras del Papa Juan Pablo II: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!”
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, junto con las de Benedicto XVI el día del comienzo de su
pontificado donde nos invitaba a todos a la confianza y amistad profunda
con el Señor Jesús, especialmente a los jóvenes: “¡No tengáis miedo de
Cristo! Él no quita nada y lo da todo”.
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La obra de la Nueva Evangelización es de
todos nosotros. Nadie debe sentirse ni excluido ni dispensado. Como bien
dijo Juan Pablo II en su primera visita al Perú el año 1985: “Esa
empresa (la nueva evangelización) es vuestra hermanos obispos, en primer
lugar. Es vuestra, sacerdotes, que sois insustituibles colaboradores de
vuestros Pastores. Es vuestra, religiosos y religiosas, pues esa es la
causa de Cristo que habéis abrazado. Es vuestra, laicos cristianos, que
en el corazón del mundo estáis llamados a construir el reino de Dios. Si
vuestra Iglesia acoge ese mensaje de Jesús, podrá decirse de veras que
«le sigue porque conoce su voz», la voz de Cristo (ver Jn 10, 4).”
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Pero con todo surgen las preguntas: ¿Qué
hacer ante tantas dificultades? ¿Cómo afrontar el desafío de la Nueva
Evangelización? Creo que los misioneros y evangelizadores de la primera
hora de la historia de la fe del Perú y de América Latina, cuya gesta
gloriosa rápidamente hemos visto, nos pueden ayudar a responder a estas
preguntas.
En primer lugar la Nueva evangelización tiene que ser una Evangelización para la santidad.
La evangelización constituyente dio como resultados frutos ejemplares
de santos: Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano, Santa Rosa
de Lima, San Martín de Porres, San Juan Macías, y la Beata Sor Ana de
los Ángeles, son prueba patente de ello. Pero además es bueno señalar
que sólo en el Perú hay más 89 entre santos y virtuosos conocidos entre
1531 y 1830.
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Una nueva evangelización debe infundir en peruanos un profundo
deseo de santidad, conscientes que la santidad es la plenitud de la
humanidad y que no hay mejor evangelizador que el santo y que la
santidad es la vocación de todo bautizado: “El renovado impulso hacia la
misión “ad gentes” exige misioneros santos. No basta renovar métodos
pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni
explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la
fe: es necesario suscitar un nuevo «anhelo de santidad» entre los
misioneros y en toda la comunidad cristiana particularmente entre
aquellos que son los colaboradores más íntimos de los misioneros”.
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En segundo lugar la Nueva Evangelización tiene que ser una evangelización para la unidad en la fidelidad.
Es decir hay que construir la unidad
eclesial, unir en este esfuerzo a los sacerdotes, personas consagradas y
fieles laicos, a los movimientos eclesiales y nuevas comunidades, a las
asociaciones laicales, a las hermandades y cofradías, etc. Hay que
evitar los exclusivismos y sectarismo de todo tipo que tanto daño hacen a
la Iglesia y a su obra misionera. En medio de un mundo divido y a veces
enfrentado, la Iglesia debe resplandecer como “casa y escuela de la
comunión”, que ayude a sanar rupturas y unir corazones. No hay que
olvidar que esta es la hora de los laicos, llamados a hacer presente a
la Iglesia en medio del mundo y al mundo en medio de la Iglesia. De ahí
la importancia de valorar a los movimientos eclesiales que no son un
problema sino don del Espíritu Santo para la evangelización del nuevo
milenio y que ciertamente deben desarrollar su apostolado en sintonía y
comunión con la Iglesia y el obispo diocesano.
En una evangelización para la unidad en la
fidelidad, también será necesario como lo hicieron los Grandes
Misioneros del Perú, ser maestros valientes de la verdad, amando al que
yerra pero sin dejar de combatir el error. Es decir, ser fieles a la Fe
de la Iglesia. Para ello el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica
y su versión más breve, el Compendio se hace necesario. Hay que
intensificar la catequesis y la formación en la fe. “La reflexión madura
en la fe es luz para el camino de la vida y fuerza para ser testigos de
Cristo”.
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En tercer lugar la Nueva Evangelización tiene que ser una evangelización para la dignidad de la persona.
En esto también los misioneros de la
primera hora nos dan ejemplo. Ser defensores y promotores de la dignidad
de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en
Cristo, el Reconciliador. Desde la doctrina social de la Iglesia,
iluminar los problemas del mundo desde la luz de la razón natural, de la
fe y de la moral de la Iglesia con el fin siempre de salvar al ser
humano en su dignidad integral.
Finalmente la Nueva Evangelización tiene que ser una evangelización en constante sintonía con la Sede Apostólica.
Los primeros misioneros supieron construir la cercanía espiritual y la
adhesión afectiva y efectiva con los Sucesores de San Pedro, los Papas.
Junto con la Eucaristía, la piedad filial a Santa María, la devoción a
los santos, el amor a Cristo sufriente en el pobre, el amor al Santo
Padre, constituye uno de principales elementos principales de la
religiosidad de nuestros pueblos, ya que como bien dice San Ambrosio de
Milán, “Donde está Pedro, allí está la Iglesia, y donde está la Iglesia,
no hay muerte, sino vida eterna”.
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(lat. “Ubi Petrus, ibi Ecclesia; ubi Ecclesia, nulla mors, sed vita aeterna”).
María, Estrella de la Nueva Evangelización.
El tema de esta conferencia es “Grandes
Misioneros del Perú”. Ciertamente la más grande de todas es nuestra
Madre Santísima, llamada con justicia “Estrella de la Evangelización”
por Juan Pablo II en su visita a la ciudad de Piura en febrero de 1985.
Así como después del anuncio angélico, Ella se puso presurosa en camino
hacia la aldea de Ain Karim para visitar a su prima Santa Isabel
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, así también Ella se puso presurosa en camino con los primeros
misioneros para traernos el don de la salvación, para que en nuestros
pueblos brillara el Sol que nace de lo alto, Jesucristo, único salvador
del mundo ayer, hoy y siempre.
Su aparición en Guadalupe es testimonio
elocuente de que Ella ha sido la que nos trajo y la que nos trae
constantemente al Señor Jesús, su Hijo. Asimismo ver cómo Ella es
venerada en cada país de nuestra América Latina, bajo distintas
advocaciones, es señal clara de que Ella es guía segura a Cristo, “quien
no solo reconcilia al hombre con Dios, sino que lo reconcilia también
consigo mismo, revelándole su propia naturaleza”.
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En el caso del Perú con amor filial Santa María es venerada en
toda nuestra geografía. A Ella le pedimos en esta hora de la Nueva
Evangelización que no deje de llevar a Jesús en sus manos, para que lo
lleve a los corazones de todos los que en esta tierra tan amorosamente
confían en Ella y que a todos nosotros nos ayude a difundir el anuncio
de Jesucristo al que somos invitados.
Muchas gracias.
Grandes Misioneros de América y del Perú
¿Cómo fue posible esta gran gesta de la
Evangelización Constituyente? Sin lugar a dudas ella fue posible en
primer lugar gracias al gran amor con que Dios Padre nos ha amado porque
como dice San Pablo, “se han hecho patentes la bondad y el inmenso amor
que Dios, nuestro Salvador, tiene a los hombres. Él nos ha salvado, no
en virtud de nuestras buenas obras, sino por puro amor; y lo ha hecho a
través del agua, que nos hace nacer de nuevo y nos renueva bajo la
acción del Espíritu Santo, que Dios ha derramado en nosotros, con
abundancia por medio de nuestro Salvador Jesucristo”.
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Pero también la Evangelización Constituyente
fue posible gracias a la activa cooperación con la gracia divina, de
tantos misioneros ejemplares, que dejando casa, padre, madre, glorias
humanas y posesiones (ver Mt 19, 29) lo dejaron todo, y llenos de amor
por Jesús, la Iglesia y la salvación de las almas, se lanzaron a la gran
aventura de la evangelización de nuestras tierras. Su gesta nunca será
suficientemente reconocida y agradecida. Muchos de ellos llegaron hasta
el extremo de entregar sus vidas por el anuncio del Evangelio, siguiendo
el ejemplo de Cristo y de los mártires del cristianismo.
Sí, gracias a estos grandes misioneros,
América Latina y el Perú son un continente y un país católico. Y fueron
grandes misioneros, porque no se anunciaron a sí mismos sino a Cristo y
su misterio de salvación, núcleo de toda evangelización, ya que Cristo
manifiesta el Plan del Padre y le revela a la persona humana, el modo de
llegar a la plenitud de su propia vocación.
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Fueron grandes misioneros porque fueron
misioneros según el corazón del Señor Jesús, el primer evangelizador,
porque supieron re-presentar (e.d hacer presente) al único Buen Pastor,
el Señor Jesús, haciendo entrar a sus ovejas por la única puerta de la
salvación que es Cristo.
Fueron grandes misioneros porque tenían un
amor profundo por los indios que los impulsaba a llevarles el mensaje de
la fe de manera sencilla, directa, completa y armoniosa. Y, a partir de
Cristo, los educaban a resolver las exigencias de la vida, tanto
personal, familiar, como social.
Fueron grandes misioneros porque
mantuvieron una perspectiva integral en la que evangelización-salvación y
la evangelización-promoción humana no están opuestas sino armónicamente
unidas. Al ir a las raíces de la gesta evangelizadora de América
Latina, descubriremos que la identidad de nuestro Continente se va
forjando del anuncio de la Palabra y de la promoción humana como
realidades que van siempre unidas.
Es decir había una visión de evangelización
integral, siguiendo el modelo de la Cruz que está constituida por dos
maderos: el vertical que representa la evangelización-salvación, y el
horizontal que representa la evangelización-promoción humana. Suprimir
alguno de estos maderos o dimensiones de la evangelización, convertiría
la Cruz de Cristo en una estaca o en un palo tirado en el camino, y no
en la Cruz gloriosa del Señor Jesús. Estos grandes misioneros tuvieron
siempre presente la concepción integral de la evangelización, en la que
sin menoscabo alguno del anuncio del Evangelio y la educación en la fe,
se buscó servir al hombre de manera integral.
Misioneros franciscanos en México como Fray Martín de Valencia y sus doce compañeros llamados los Doce Apóstoles, entre quienes se encuentra Fray Toribio de Benavente, quien asumiera el nombre de Motolinía
que significa “pobre”, porque así llamaban los indios a estos
franciscanos; o Monseñor Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán (México),
cariñosamente llamado por los indígenas con el nombre de “Tata Vasco”
(Papá Vasco), o la gran obra de las “reducciones” en el Brasil,
Paraguay y Argentina a cargo de Franciscanos y Jesuitas, son sólo
algunos ejemplos de Grandes Misioneros de nuestra América Latina, que
con su esfuerzo de una evangelización integral sellaron la identidad
católica de nuestro Continente, designado por esta razón con justicia
por el siervo de Dios Juan Pablo II, el Continente de la Esperanza, y
llamado a ser ahora, por el Santo Padre Benedicto XVI, el Continente del
Amor por la Eucaristía: “¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización
del amor que transformará Latinoamérica y el Caribe, para que, además
de ser el Continente de la Esperanza, sea también el Continente del
Amor!”.
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Pero el tema de esta conferencia, me exige centrarme solamente en los Grandes Misioneros del Perú.
Cosa que quiero hacer como dije en la introducción, en dos momentos. En
un primer momento dando una rápida mirada a la acción evangelizadora de
las órdenes religiosas en nuestra Patria y en un segundo momento,
aproximándonos a algunos de los grandes evangelizadores del Perú. El
tiempo asignado me obliga a ser breve y a escoger sólo algunos ejemplos.
La acción evangelizadora de las Órdenes Religiosas en el Perú.
Si bien la evangelización fue una obra
conjunta de los españoles que llegaron a los territorios del Nuevo
Mundo, quienes dieron un primer gran impulso a la obra misionera fueron
principalmente los miembros de diversas órdenes religiosas.
Al Perú llegaron para evangelizar, las
órdenes dominica, franciscana, agustina, mercedaria y jesuita. Todas
ellas se lanzaron con gran entusiasmo y esfuerzo a realizar el objetivo
de la evangelización que es el anuncio del Señor Jesús, único salvador
del mundo ayer, hoy y siempre.
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Pero este anuncio supuso en cada caso algunos acentos
particulares que enriquecieron y perfeccionaron el proceso
evangelizador. Así los dominicos se caracterizaron por
difundir las enseñanzas escolásticas, y centraron la difusión del
evangelio a través de colegios y centros superiores de enseñanza
abiertos a los naturales. Su contribución fue importantísima en la
enseñanza de la fe católica.
Uno de los más grandes logros de esta
orden, fue la fundación de la Universidad de San Marcos el 12 de mayo de
1551, por Fray Tomás de San Martín. San Marcos se hizo realidad por
cédula real de Carlos I de España y V de Alemania, siendo oficialmente
la universidad más antigua de América. Los dominicos también pusieron
énfasis en el conocimiento de las lenguas autóctonas y de las costumbres
locales para una adecuada evangelización. Fruto de esta preocupación
fue el “Lexicon o Vocabulario general del Perú llamado quechua”, de Fray
Domingo de Santo Tomás, publicado en 1560. Esta obra fue un aporte
trascendental en la comprensión de las formas gramaticales y
conceptuales de los indios.
Fueron dominicos también Fray Vicente
Valverde, Juan de Olías, Jerónimo de Loayza (primer arzobispo de Lima) y
Gaspar de Carvajal, quien acompañara a Francisco de Orellana en el
descubrimiento del río Amazonas en 1545. No hay que olvidar que la orden
dominica ha dado al Perú tres santos y una beata, de los cinco santos y
dos beatos que tiene nuestro país inscritos en el Martirologio Romano:
Santa Rosa de Lima, primera flor de santidad de América, San Martín de
Porres y su compañero y amigo inseparable San Juan Macías y la Beata Sor
Ana de los Ángeles Monteagudo.
Por su parte los franciscanos
llegaron al Perú en 1542, destacándose por su fervor misionero. Los
franciscanos llegaron hasta los lugares más recónditos del Perú con la
finalidad de llevar la Palabra de Dios a todos los indígenas. Se
dedicaron más que nada a las misiones populares, conviviendo
prácticamente con los indios para transmitirles no solo con la palabra
sino su testimonio de vida, la fe cristiana. Fieles a la unidad
inseparable entre evangelización-salvación y evangelización-promoción
humana, junto con el anuncio de la Buena Nueva enseñaron a los indios
labores agrícolas (por ejemplo arar con bueyes, hacer yugos, arados y
carretas), la gramática castellana (leer y escribir) y el arte de tocar
instrumentos musicales de viento y cuerda, entre otros oficios. El
primer franciscano en llegar al Perú fue Fray Marcos de Niza. Poco
después llegaron los frailes Jodocko Ricke, Pedro Gosseal y Pedro
Rodeñas. Para 1542 llegó al Perú una expedición conformada por doce
frailes, lo cual dio origen a la provincia peruana franciscana de los
Doce Apóstoles. Entre los esfuerzos por inculturar la fe cristiana entre
los indígenas, cabe señalar la obra de Fray Luis Jerónimo de Oré, autor
del “Símbolo católico indiano”, que además de incluir una gramática
quechua y aymara, incluye una descripción geográfica del Perú y valiosa
información sobre las costumbres de los naturales. Finalmente no hay que
olvidar que la orden franciscana ha dado a la Iglesia del Perú un gran
santo misionero, de quien hablaremos más adelante: San Francisco Solano,
apóstol del Perú y de la Argentina.
Los agustinos llegan al
Perú en 1551. En menos de diez años tuvieron iglesias y conventos en las
principales regiones del virreinato. Dedicados como los demás a la
evangelización, tuvieron sin embargo un papel preponderante en la
conversión de los curacas y de las personas más importantes de los
ayllus descendientes de los incas. Entre ellos destacan Fray Antonio de
Calancha, autor de las crónicas sobre las acciones agustinas en el
virreinato del Perú y Fray Alonso de Ramos Gavilán, quien participara
extensamente en la extirpación de las idolatrías.
Los mercedarios arribaron
al Perú en el temprano año de 1534. Su gran espíritu misionero hizo que
la orden llegara a las altas cumbres de nuestra cordillera en búsqueda
de los indios para evangelizarlos. Fueron mercedarios Fray Martín de
Murúa, cronista que se dedicó a la recopilación de la historia del
Tahuantinsuyo y autor de la crónica “Origen y Descendencia de los Incas”
y Fray Diego de Porres, misionero dedicado a la enseñanza de la fe
católica, apoyándose en instrumentos nativos como el quipu.
Finalmente la orden de la Compañía de Jesús o jesuitas
llegaron al Perú en 1568. Su labor evangelizadora no sólo se centró en
los indios, sino también en los descendientes de los principales curacas
incaicos. Por ello fundaron en Lima y en el Cusco los Colegios Mayores
para la educación de la nobleza andina. Asimismo se dedicaron a la
enseñanza de los españoles para lo cual abrieron colegios en Lima y en
el Cusco, y además en la ciudad imperial fundaron una universidad.
Estudiaron a fondo el quechua y el aymara. Fruto de ello fue el
diccionario de la lengua quechua de Diego Gonzales Holguín de 1608. Este
libro fue de vital importancia para la labor evangelizadora ya que
otorgaban a los misioneros el conocimiento necesario de las lenguas
locales y los criterios para la interpretación de las tradiciones orales
andinas.
Mención aparte es la persona del Padre José
de Acosta, gran colaborador de Santo Toribio de Mogrovejo, segundo
Arzobispo de Lima, de quien nos ocuparemos más adelante. Fue sin duda el
brazo derecho de Santo Toribio en los altos asuntos del gobierno
pastoral. Autor de la Historia natural y moral de las Indias, compuso también una obra admirable, De procuranda indorum salute,
en la que, llevando a síntesis madura los estudios de autores
precedentes, daba respuesta segura a muchas cuestiones teológicas,
jurídicas y misionales. Escrito entre 1575 y 1576, este libro fue
considerado desde su aparición como un importante Manual de
Misionología. El Santo Arzobispo de Lima, encontró en el Padre Acosta un
colaborador inteligente y eficaz.
Es bueno señalar que todas las órdenes,
dominica, franciscana, agustina, mercedaria, y jesuita, sin excepción,
fueron grandes defensoras de la dignidad de los indígenas, de sus
derechos y justas aspiraciones. Desde la plena fidelidad al evangelio,
denunciaron los abusos de los sistemas injustos aplicados a los
indígenas, pero no por miras políticas ni por móviles ideológicos, sino
porque descubrían en ellos serios obstáculos a la evangelización, por
fidelidad a Cristo y por amor a los más pequeños e indefensos.
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Algunos Grandes Misioneros del Perú
Nos toca ahora ver la vida y la obra del
algunos Grandes Misioneros del Perú. Los evangelizadores de la primera
hora. Son muchos los que podríamos presentar, pero por no disponer de
mucho tiempo, quisiera limitarme a sólo tres: a Fray Vicente Valverde, a
San Francisco Solano y a Santo Toribio de Mogrovejo. Creo que estas
tres vidas son suficientes para comprender los Grandes Misioneros que
tuvo el Perú y para sacar de sus vidas inspiración para que nosotros
seamos los grandes misioneros que requiere hoy nuestra patria en el
tercer milenio de la fe y así podamos ser artesanos de la Nueva
Evangelización.
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